¿Competencia o rivalidad femenina?: Una nueva construcción social

Durante mucho tiempo, la narrativa predominante, de manera directa o indirecta, ha sostenido que las mujeres rivalizan entre sí, impidiendo que puedan ser aliadas genuinas. Esta perspectiva social ha generado un molde de desconfianza. Pero, ¿es realmente esta la naturaleza de nuestras relaciones, o es una construcción social que nos ha condicionado a vernos como rivales en lugar de aliadas?

La rivalidad femenina, cuando se observa desde una perspectiva crítica, no es más que una competencia mal canalizada, un conflicto de intereses y aspiraciones que se ha distorsionado debido a las estructuras sociales y culturales que históricamente han intentado imponer a las mujeres en una posición de competencia constante entre sí. Esta rivalidad, aunque puede manifestarse en diversas áreas, tiene una raíz común: la presión por cumplir con estándares imposibles e inalcanzables, y la escasez de espacios que fomenten la colaboración en lugar de la confrontación.

Desde mi infancia, he experimentado de primera mano esta percepción, ya que soy gemela. Crecer en un entorno donde constantemente se nos comparaba, en habilidades, logros o incluso personalidad, me permitió reflexionar desde muy temprano sobre cómo se nos condiciona a competir de una manera poco saludable. Con el tiempo, comprendí que la competencia podía ser un motor de crecimiento y no una barrera entre nosotras.

Repensando un nuevo modelo

La competencia a diferencia de la rivalidad, lejos de ser algo negativo, es un motor de desarrollo. Nos reta a mejorar, a innovar y a superar nuestros propios límites. En el mundo empresarial, deportivo y académico, la competencia ha demostrado ser un factor clave para la excelencia. El problema no es la competencia en sí, sino cómo la interpretamos.

Cuando se nos enseña que solo una mujer puede triunfar en un espacio determinado, caemos en una mentalidad de escasez. Sin embargo, cuando entendemos que hay lugar para todas, la competencia se transforma en inspiración. Una mujer exitosa no es una amenaza, sino una prueba de que es posible alcanzar nuestras metas.

Desde mi experiencia como presidenta de ANMEPRO y como líder en otros espacios, he observado que este fenómeno sigue siendo una realidad. En mi rol, he optado por permitir que otras mujeres se destaquen y asuman roles de liderazgo dentro de la organización, lo cual considero fundamental para el crecimiento colectivo. Lejos de preocuparme, fomento y apoyo este tipo de dinámicas, porque estoy convencida de que, cuando una crece, todas crecemos. Estas situaciones, lejos de desmotivarme, me sirven como fuente de inspiración y refuerzo para seguir promoviendo el liderazgo femenino sin temor a la competencia, sino como una oportunidad para el fortalecimiento mutuo.

Rompiendo el ciclo

Para cambiar esta percepción, es fundamental que comencemos a normalizar la idea de que la competencia entre mujeres es tan válida y saludable como lo es entre hombres. La clave está en fomentar una competencia basada en el respeto y el reconocimiento, en la que podamos admirar a nuestras pares y aprender de ellas en lugar de verlas como adversarias.

Las mujeres tenemos la capacidad de construir redes poderosas de apoyo sin necesidad de eliminar la competencia. No se trata de suprimir la ambición, sino de reconfigurar de manera que nos impulse a todas. Si logramos entender esto, en lugar de dividirnos, nos fortaleceremos mutuamente.

Porque competir no es malo. Lo dañino es la narrativa que nos dice que no podemos hacerlo de manera sana y constructiva.

Imaginemos por un momento un mundo donde la colaboración y la competencia puedan coexistir sin conflicto. Donde en lugar de vernos como rivales, nos reconozcamos como impulsoras del éxito de cada una. Si logramos cambiar este enfoque, construiremos una red de mujeres audaces, capaces de alcanzar cualquier meta y transformar la sociedad desde la colaboración y el liderazgo compartido.

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